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La primera montaña de madera con una altura de 33 metros fue construida en la segunda mitad del siglo XVIII por encargo de la emperatriz Catalina II, en su residencia de verano Oranienbaum, en San Petersburgo.
Diseñada por el arquitecto italiano Antonio Rinaldi, se parecía mucho a las montañas rusas actuales. Los aristócratas disfrutaban de ella en verano, deslizándose hacia abajo en carros especiales. Aunque la propia Catalina II no se atrevió a subir invitaba activamente a los embajadores e invitados extranjeros a probarla. Madame de Stael escribió en su libro de memorias: “Organizaron algo parecido a un paseo de invierno en trineos con la rapidez que divierte tanto a los rusos: bajamos de una alta montaña de madera en barcos a la velocidad del rayo”.
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En 1867, el zar Alejandro II llevó desde París una serie de bicicletas y cuando llegó al frío invierno de San Petersburgo, los hijos del emperador, sin esperar al verano, organizaron carreras de bicicletas directamente en el Palacio de Invierno.
“Pasamos en bicicleta por todas partes, incluso frente a los guardias”, recordó el gran duque Sergio Alexándrovich. Entonces las ruedas de las bicicletas se hacían de goma sólida y por eso hacían mucho ruido al pasar por los pasillos del palacio. Los criados trataban como podía de proteger los artículos preciosos.
En los círculos aristocráticos se consideraba impropio escuchar música popular. Los miembros de la familia imperial preferían a los compositores contemporáneos: Richard Strauss, Piotr Chaikovski o Franz Liszt.
Sin embargo, también se permitían ciertas libertades. El zar Alejandro III organizó un concierto de gitanos en el palacio de Gátchina y a la zarina Alejandra Fiódorovna le gustaba la balalaika. Su dama de compañía, Sofía Buksguevden, recordaba en su libro de memorias cómo “en Crimea, después de comer, a veces escuchaban a una orquesta de balalaika en la yate Standart”, donde el zarévich Alexéi, de tan solo tres años, hacía de solista.
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Entre las aficiones de los zares se encontraba también una especie de graffiti, marcas y frases que inscribían con sus diamantes sobre el cristal. Una de las inscripciones se ha conservado hasta la actualidad y se guarda en el museo Hermitage.
La emperatriz Alejandra Fiódorovna dejó una inscripción en el vidrio del Palacio de Invierno: “Nicky 1902 looking at the hussars. 7 March” (Niki 1902 mirando a los húsares. El 7 de marzo). Lo hizo en inglés, porque para la emperatriz, nieta de la reina Victoria, era su lengua nativa.
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Los bailes en el Palacio de Invierno se llamaban “endemoniados”, porque los invitados no se iban hasta bien entrada la madrugada. Incluso en las carreteras se producían embotellamientos por la cantidad de personas que asistían.
El poeta Alexander Pushkin escribía en sus memorias: “A las tres de la madrugada, cuando la emperatriz seguía bailando, el emperador enviaba a uno de los bailarines a pedir que apagaran la música. Los músicos, uno tras otro, se iban, y finalmente solo se oían un violín y un tambor.”
La pasión por el teatro superaba en ocasiones cualquier límite. El actor Piotr Karatyguin cuenta en sus Notas cómo el emperador Nicolás I subió al escenario durante el vaudeville Palco de primer nivel: “El zar fue detrás de los bastidores, se puso un abrigo gris y apareció en el escenario como un inspector.” En otra comedia francesa el emperador desempeñó el papel de un alemán que en su camino chocaba con un mercante ruso.
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Algunos de los miembros de la familia imperial rusa practicaban el espiritismo. Todo empezó con la llegada a Rusia de un famoso mago italiano, el conde Cagliostro, que organizaba sesiones de espiritismo en toda Europa.
Su dama de compaña, Anna Tiútcheva, escribía en su diario: “El entorno del zarévich se divertía magnetizando mesas y sombreros. Una mesa se elevó, dio vueltas e hizo ruido y sonaba la melodía del himno Dios salve al zar”.
Además, en su libro El gran mago, el historiador Mijaíl Pervujin cuenta cómo el ocultista francés Papus a petición de Nicolás II evocó el espíritu del emperador Alejandro III. El último zar quería pedir a su padre un consejo político. Según Pervujin, fue precisamente Papus quien predijo la muerte del zar.
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